Cuando Dios tiende su mano.

CUANDO DIOS TIENDE SU MANO.

Cuando el camión arrancó y la tierra que levantó se fue disipando, recién ahí se vio a esa mujer parada en medio del camino con una valija vieja de cartón y tres pequeñas criaturas, una de ellas en sus brazos, una nena de algo más de un año y dos varones tomados de las manitos, de cinco y tres años. Estuvo un buen rato allí sin saber qué rumbo tomar.

__Si sigue el camino para el lado del poniente va a llegar al pueblo que sin ser muy grande es el más importante de la zona y se llama Villa del sauce —  le había dicho el camionero que la había levantado unos cuatro kilómetros más atrás. Empezó a caminar lentamente con sus críos y una amargura que se acentuaba paso a paso. Hacía tan solo diez días había perdido a su compañero Evaristo López, domador reconocido de la estancia «El tala». Fue precisamente tratando de doblegar a un potro muy arisco y con muchas mañas, el que lo tiró con tanta mala suerte que pegó con la cabeza contra un montón de postes y allí perdió su vida. Elisa llena de dolor recibió a los pocos días la visita del dueño del campo para informarle que debía dejar el rancho donde vivían, porque en esos días venía un nuevo empleado a ocupar el lugar de Evaristo. La desesperación se adueñó de esa mujer ¿qué haría, donde iría con sus tres hijos tan pequeños ? Pero al patrón no lo conmovió la situación de Elisa, «no era asunto suyo», le dijo, así que juntó las pocas pilchas que tenía y se largó al camino con sus pequeños rogando encontrar un lugar donde vivir y poder trabajar.

Apenas llegó al pueblo llamó en una casa para pedir agua para sus chicos que llorosos tenían sed y estaban cansados. Mientras bebían preguntó a la señora que la atendió si no sabía de alguien que necesitara ayuda en la casa.

___No creo que con tres criaturas chicas consiga trabajo. Nadie quiere cargarse de problemas y los chicos siempre ocasionan muchos problemas. A no ser que tenga donde dejarlos —le dijo la mujer.

___No , no tengo a nadie. Acabo de quedar viuda. Hace diez días falleció mi esposo y nos quedamos solitos los cuatro. Necesito trabajar para darles de comer a ellos. Ahora, por ejemplo, desde ayer que no comen nada.

Conmovida la mujer le dio un paquete de galletitas y un poco de fruta. Elisa se lo agradeció enormemente, antes de continuar la marcha. Se sentó al pié de un árbol frondoso y allí les dio de comer a sus pequeños. No era mucho y se devoraron todo en pocos minutos. Ella esperó para ver si quedaba algo….pero no quedaron ni las migas, ni las cáscaras de la fruta. No importa, pensó, lo principal que ellos se alimentaron y luego por el cansancio se quedaron dormidos. Mañana será otro día y tenía la esperanza que algo bueno iba a ocurrir. Abrió la valija, sacó un poncho y los abrigó y ella misma se quedó dormida apoyada la espalda en el árbol.

Pero la mañana siguiente no fue distinta a la anterior. Se internó por el pueblo y empezó a golpear puertas. Todos le decían lo mismo: «Con los chicos no va a conseguir que alguien la tome». La pobre anduvo todo el día y fue recolectando lo que le daban. Un pan, dos manzanas, un pedazo de queso, un plato de arroz recalentado…. Ella agradecía todo. No quería que sus hijos pasaran hambre. Llegó a la plaza y allí en un banco «armó» su casa. Primero higienizó a los pequeños sacando agua de la fuente, que a la vez le sirvió de pileta. Lavó sus ropitas y las tendió en el respaldo del banco. Luego les repartió la comida y como siempre ella comió las migajas. Esa noche la pasaron en el banco de la plaza y la verdad es que se sintió tranquila, a pesar de todo. Se durmió mirando las estrellas y pidiéndole a Evaristo que no la abandonara y sobre todo que no abandonara a sus hijitos. Se despertó con un cansancio que le fue aumentando con el transcurso del día. Los pequeños ya se habían acostumbrado a caminar todo el día y la gente del pueblo ya estaban conociéndola y habituados a verla mendigar.

___Pobre mujer, que será de ella y de esos chicos, siempre así no podrá seguir. —comentaban entre ellos. Nadie le daba trabajo, ni un lugar para vivir. Ahora era verano pero ¿ y en invierno, que haría con sus hijos a la intemperie , con los problemas bronquiales y con el frio?

Una familia había optado por darle un litro de leche todos los días. Otra un kilo de pan. No era mucho teniendo en cuenta que eran tres criaturas, pero para ella significaba algo muy importante, sus hijos se alimentaban de cualquier manera.

Aquella mañana no podía ponerse en pié. La más chiquita lloraba y sus hermanos no podían calmarla. En un supremo esfuerzo intentó levantarse y cayó desvanecida. Personas que cruzaban por la plaza corrieron en su ayuda al oír el llanto de los pequeños rodeando a su madre. Alguien avisó al hospital y llegó una ambulancia que la cargó y llevó a internar. Buenas personas consolaron y se hicieron cargo de las criaturas llevándolas a su casa hasta ver qué pasaba con su mamá. La familia Sánchez llevaron a la nena y al nene de tres años y los Osuna al de cinco. Los chicos lloraban sin cesar, pero no había otra forma de ayudar. El cuadro que presentaba Elisa era muy serio. Estaba muy delicada debido a la anemia que tenía por falta de una buena alimentación. Esto venía de días y días de pasar hambre y esforzar su organismo. Para ser más exacto desde que murió Evaristo y ella tuvo que mendigar para poder darles de comer a sus hijos. Por ella no se preocupaba, solo le importaba la vida de sus hijos. Cuando vecinos se acercaron hasta el hospital para saber de su estado, la noticia no era para nada buena. El doctor De Miguel no creía que el cuadro se pudiera revertir. Estaba muy grave.

Juan Sánchez para ese entonces había sido trasladado al sur del país a una sucursal del Banco de la Nación ascendido a gerente. Se marcharían en una semana y no sabían con su esposa que hacer con las dos criaturas que tenían a su cargo. El mismo doctor De Miguel le dijo en confianza que lo mejor que podían hacer era llevarlas con ellos, porque no creía que su madre viviera mucho tiempo más. El problema era el de cinco años. Dos llevarían, pero tres ya era mucho, teniendo en cuenta que ellos tenían dos varones más grandes. Así fue como los hermanitos López fueron separados, aunque se mantendrían comunicados con la familia Qsuna para que no perdieran el vínculo a pesar de la distancia. A los pocos meses ésta familia se trasladó a Catamarca donde habían heredado unas hectáreas de tierra con una importante plantación de nogales que ya estaban empezando a dar frutos. Y se llevaron al mayorcito de los hijos de Elisa, no podían dejarlo abandonado y además ellos se habían encariñado con esa criatura tan dulce y sumisa.

Pasaron once meses de los cuales la mayor parte del tiempo Elisa estuvo al borde de la muerte. En el hospital, tanto enfermeras como mucamas, estaban conmovidas con la historia de esa mujer y se ocupaban con mucho cariño de su cuidado.

Cuando fue reaccionando, después de estar por meses inconsciente, empezó a preguntar por sus pequeños con desesperación .

___Están perfectamente bien de salud y muy cuidados.—todos les decían lo mismo.

___Quiero verlos por favor ! —suplicaba Elisa—-pero le hicieron entender que el hospital no era lugar para llevar niños pequeños porque había muchas enfermedades contagiosas y entonces ella se conformada pensando que todo era para el bien de ellos.

Casi al año de su internación recién pudieron darle el alta, pero ¿qué sería de la vida de esa pobre mujer si no tenía a nadie , ni a dónde ir?. Eso era lo que comentaban entre médicos y personal del hospital. Fue el doctor De Miguel que preguntó en una reunión si nadie le podía hacer un lugar en su casa, al menos hasta que ella consiguiera orientarse en la vida.

___No olviden que estuvo un año alejada de todo, con una triste historia que la rodea y deberá lentamente ir reconstruyendo su vida, empezando por buscar a sus hijos.

Zulma, una enfermera que era la que más tiempo estuvo a su lado y que le había tomado mucho cariño, dijo que lo iba a consultar con su esposo y con la propia Elisa, si estaba de acuerdo y así fue que esa pobre mujer entró a su casa, llevando su vieja valija como único bien. Zulma tenía una habitación («llena de cachivaches», como decía ella ) que acondicionaron con una cama y un viejo ropero para albergar a Elisa. Ella estaba llena de agradecimiento. Nunca había tenido un lugar así y ahora solo quería ir a buscar a sus hijos.

Todos los días Zulma debía poner un «porque no iban todavía a buscarlos»… hasta que pasada una semana y ante la angustia de esa madre, debieron contarle que hacía muchos meses que los tres pequeños ya no vivían en Villa del sauce. Nadie puede imaginar el dolor de esa madre. Eran alaridos lastimeros que partían el corazón hasta del ser más duro. Mucho les costó a Zulma, a su esposo, al doctor De Miguel y a la gente que en todos esos meses se habían compadecido de ella, convencerla que ya los encontrarían. Todos estaban dispuestos a colaborar en su búsqueda. Para empezar fueron a la policía para ver si podían ubicarlos teniendo en cuenta donde se habían radicado, o creían que estarían las familias Osuna y Sánchez.

Les dijeron que llevaría su tiempo aunque no sería imposible. Mientras, trataban por todos los medios que Elisa no decayera. Zulma hacía que la ayudara en la casa y se encargara de llevar y buscar a sus pequeños hijos a la escuela para tenerla ocupada y se sintiera útil. Otra vecina la ocupaba tres veces por semana para que la ayudara y así ganaba unos pesitos que ella guardaba celosamente para cuando se reuniera con sus hijitos.

Habían pasado tres años ya y ni noticias del destino de los pequeños. Solo pudieron averiguar que la familia Osuna había vendido la finca de Catamarca y se desconocía hacia donde se habían dirigido. Mientras se sabía que Juan Sánchez que se había ido trasladado al sur del país como gerente del Banco Nación, había recibido los beneficios de la jubilación, ignorándose donde se trasladó con su familia para fijar su domicilio. Era algo de no creer, pero las cosas se fueron dando de tal manera que iban alejando cada vez más a Elisa de sus hijos. Ella a veces lloraba y decía:

__Ya no se deben acordar más de mi.  En cambio el dolor grababa a fuego sus caritas en su mente, mientras su pelo se iba plateando por las canas y la angustia la hacía envejecer cada día un poco más.

Hacía nueve años que se habían ido de Villa del sauce esas dos familias que se hicieron cargo de los pequeños hijos de Elisa y Evaristo López, cuando se encontraron en la provincia de Mendoza. Habían mantenido correspondencia de tanto en tanto para estar informados de cómo estaban los chicos. Si bien habían tenido la información de que su madre había muerto al poco tiempo de ellos dejar el pueblo, no querían que entre los hermanitos no se trataran. Al jubilarse Sánchez, decidieron viajar a San Rafael, Mendoza, para encontrarse con los Osuna y así hacer que los niños no perdieran contacto entre ellos. El mayor tenía ya catorce años, el segundo doce y la pequeña contaba con diez años ya. El encuentro fue emocionante y los tres niños se abrazaron mientras reían y lloraban a la vez. Si, sin dudas las dos familias eran muy buena gente que cuidaron y criaron como a verdaderos hijos. Lo único que lamentaban era que su madre hubiera muerto tan joven y en tan triste situación.

Sánchez fue el de la idea de comunicarse con el hospital de Villa del sauce para ver si alguien recordaba a estos pequeños y darles la noticia de que estaban bien y se habían reencontrado. La sorpresa fue inmensa cuando el mismo doctor De Miguel les comunicó que Elisa se había salvado y que vivía soñando con encontrar a sus hijos.

Organizaron todo con cuidado y decidieron que era hora que esa sufrida mujer, golpeada por la vida, recibiera la mejor de las sorpresas para premiarla por tanto dolor.

Los chicos estaban ansiosos por encontrarse con su madre. Tanto los Osuna, como los Sánchez no dejaron de hablarles nunca de ella y aunque se habían encariñado con ellos, no eran sus hijos y más ahora sabiendo que su mamá vivía debían propiciar el reencuentro.

Era una soleada mañana del mes de octubre. Elisa trajinaba en la casa de su amiga Zulma haciendo la limpieza mientras ella trabajaba en el hospital. Cuando sonó el timbre y fue hacia la puerta, se encontró con tres chicos hermosos, sonrientes, que le extendían un ramo de flores y sus brazos, mientras le decían __¡Hola mamita …acá estamos….ya no nos vamos a separar!

Elisa cayó de rodillas con los brazos abiertos. Fueron mares de lágrimas; brazos que se apretaban en torno a su cuello; miles de besos…. y sobre todo, tras de ellos esa buena gente… realmente buena gente que Dios siempre tiene reservada para demostrar que no todo es malo y lleno de interés . Que existe gente buena…¡claro que existen !.

OLGA.

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