Cuando la pobreza es digna

CUANDO LA POBREZA ES DIGNA.

Cuando Pedro Gómez decidió dejar Chaco para irse con su familia a vivir a Buenos Aires, lo hizo desesperado, agotados todos los recursos que usó para llevar adelante a su familia formada por su mujer Serafina y cuatro hijos que iban de los cinco años el mayor, tres la nena del medio y los mellizos de tan solo un año. Era muy dura la vida en los montes, siempre con el hacha en mano desafiando a la selva para ganar un magro jornal y eso que alternaba ese duro trabajo con la cosecha del algodón, pero ni de ese modo lograba darle a su familia lo necesario para tener una vida mejor.

Para peor Serafina no podía darle una mano si la pobre tenía bastante con criar a los guríses además de hacer malabares para preparar la comida para todos con lo poco que ganaba Pedro. Fue cuando un compadre suyo que hacía dos años había rumbeado para la capital con su mujer y sus hijos por el mismo motivo, enterado de lo que estaban pasando le escribió una carta y lo tentó para que siguiera sus pasos, contándole que allí al menos no les faltaba el trabajo, siempre changas, pero se cobraba todos los días. Además donde ellos vivían había lugar para levantar su vivienda y mientras, ellos le harían un lugar en su casilla, aunque tuvieran que amontonarse un poco por unos días. Lo hablaron mucho con la Serafina (como le decía él ) y llegaron a la conclusión que peor de lo que estaban … no estarían. Así que juntaron sus petates y una mañana cálida del mes de Marzo tomaron el tren que los llevaría a ese destino incierto para ellos. Muchas horas de viaje, de calor, tierra y cansancio, con los niños llorosos y hambrientos, ese fue el resultado hasta ahí de esa historia que hoy comenzarían a vivir.

En la estación Retiro, inmensa, apabullante y ensordecedora para ellos, los esperaba el compadre Santiago. Abrazos de alegría por el reencuentro. De tranquilidad en ellos por hallar entre tanta gente un rostro conocido. Luego Santiago le ayudó a cargar los bultos. Tomaron un colectivo que él, ya acostumbrado a viajar en la ciudad, trató de demostrarles que era fácil trasladarse, que no debían temer por las distancias ni el amontonamiento de gente que para Pedro y Serafina era todo un tema porque no estaban acostumbrados a ese ritmo de vida. Allá en el monte, la soledad y el silencio eran interrumpidos solo por el golpe del hacha, los troncos al caer o los ladridos de los perros corriendo una liebre o una mulita. A decir verdad para los dos era la primera vez que subían a un colectivo. Anduvieron como media hora y luego bajaron en un refugio, a cinco cuadras del barrio donde vivían. Solo que el pavimento llegaba hasta allí (les iba contando Santiago) y los colectivos por eso no entraban. Calles de tierra floja y polvorienta. Bueno, al menos no extrañarían tanto, bromeó Pedro. Estaban acostumbrados a caminar varios kilómetros por la tierra. Mientras hacían ese trayecto, Santiago les contaba de las bondades de vivir en ese barrio.

___ Toda gente buena y de trabajo. Todos provincianos, como nosotros compadre. Acá al que quiere hacer lío o anda en cosas raras… enseguida se lo echa. Somos todos muy pobres, pero gente buena, en eso pueden quedarse tranquilos. Yo te voy a ayudar a levantar tu casilla como lo hice con la mía. Ya vas a ver que aquí van a estar muy bien.

Cuando iban llegando al barrio aparecieron ante sus ojos un puñado de casillas bajas hechas de chapa y maderas. Algunas tenían la pared del lado del sur de ladrillos, como buscando dar más seguridad a esas casas precarias. Cada dos viviendas compartían un baño. Era solo un retrete, pero que todos mantenían limpio, como debe ser en una buena vecindad. El barrio los recibió con alegría, sobre todo sabiendo que eran compadres de Santiago, hombre apreciado en la villa, tanto como a su familia.

Se acomodaron como pudieron. La casilla resultaba chica para tanta aglomeración, pero armaron camas hasta en el piso de la cocina para los chicos y ellos también se tiraron por ahí. A la mañana temprano Santiago se iba a su trabajo como peón de albañil. Había conseguido esa changa que era por unos cuantos meses y estaba muy contento. Tomando unos mates antes de irse, le propuso a Pedro ir con él, así le presentaba a su patrón y tal vez ahí mismo conseguía trabajo. Efectivamente el patrón, un italiano también muy trabajador, con solo mirarlo le dijo:

___Se ve de lejos que es un hombre de no tenerle miedo al «laburo»(dijo canchero en su manera de hablar) si es como Santiago sé que vamos por buen camino y trabajo no les va a faltar …conmigo no tendrán problemas.

La verdad que Pedro nunca había hecho trabajos de albañilería, pero se esmeró para poder cumplir. Quería ese trabajo y no lo podía perder.

Volvieron a las seis de la tarde. Habían trabajado casi sin descanso, cansados pero felices los dos amigos. Después de tomar unos mates, comenzaron por limpiar el terreno que quedaba a dos casillas de la de Santiago. Con la colaboración de otros vecinos ( un santiagueño, dos correntinos y otro chaqueño) en pocos días levantaron su casa compuesta de cocina y dos dormitorios. Les parecía un sueño a Pedro y Serafina tener su vivienda y sobre todo un trabajo continuo. Ya irían adquiriendo de a poco, en una casa de compra – venta que estaba cerca de allí y donde todos iban cuando necesitaban algo porque conseguían cosas en muy buen estado y sobre todo a bajo precio. Pero a Pedro había algo que le preocupaba. Estaban en otoño. Pronto empezaría el frío. Cuando vivían en el medio del monte y como no le podían comprar calzado a sus hijos, le envolvían los piesecitos con arpillera, o con algún cuero que el mismo curtía y luego sobaba hasta ablandarlo. Pero ahora en la ciudad era distinto … y eran cuatro para calzar. Y si bien trabajaba todos los días, había muchas cosas que aún no alcanzaba a poder comprar.

Fue cuando Serafina decidió que era hora que ella también colaborara buscando un trabajo. La mujer de Santiago se ofreció para cuidad de sus hijos durante las horas que ella faltara. El mayor, Carlitos, entretenía bastante a sus hermanitos más pequeños, así que recomendada por otra vecina del barrio que trabajaba en una casa de familia en la zona de Quilmes y sabía que una hermana de su patrona andaba buscando a alguien de confianza para las tareas de limpieza, fue que empezó a trabajar todos los días «de 8 a 12», como le contó a Pedro llena de alegría, cuando tomando unos mates, costumbre que no podían abandonar, al atardecer como era su costumbre, cuando su marido regresó cansado y era el momento en que se ponían a charlar tranquilos y se contaban cosas que habían pasado durante el día. Las cosas iban mejorando y eso era lo que los dos querían, que sus hijos crecieran sanos sin faltarles lo primordial para ello.

Serafina se esforzaba por hacer las cosas con prolijidad y su patrona pronto le tomó cariño. Como también ella tenía tres hijos de corta edad, comenzó a pasarle ropa y calzado que ya no usaban. Algo normal que toda buena patrona suele hacer. El día que llegó con una bolsa llena de ropa estaba muy contenta. También había algo de calzado. A Carlitos nada le quedaba bien. O muy grande … o muy chico. Así que a unas zapatillas que le ajustaban mucho, Pedro le cortó la punta y de ese modo, con los deditos afuera tuvo su primer par de zapatillas de suela de goma que el mostraba muy feliz. Empezaban las clases y le venían de perillas. Lo cierto es que así comenzó a ir a la escuela, con su calzado cortado en la punta y a la espera de que le creciera el pié para poder usar las que por el momento le quedaban grande. Aunque tuvo que soportar las cargadas y burlas de sus compañeros nada les dijo a sus padres y eso no fue motivo para que Carlitos se avergonzara y solo se preocupó por aprender. Bien pronto fue considerado un alumno muy aplicado y estudioso por su maestra. Mientras Pedro seguía trabajando de sol a sol y a Serafina le traían trabajo de planchado a su casa que ella los realizaba para engrosar el sueldo que cada vez alcanzaba menos porque los chicos crecían y ahora ya eran cuatro los que iban a la escuela y necesitaban útiles y guardapolvos. Pedro y Serafina no habían podido ir a la escuela. Apenas si deletreaban algo y ponían su nombre. Por lo tanto su propósito era que los chicos lograran ser lo que ellos no pudieron.

Cuando terminó el curso primario, Carlitos se anotó en una escuela secundaria de tarde, para poder trabajar por la mañana. Ayudaba en un reparto de bebidas gaseosas y con el primer sueldo les compró zapatillas a sus tres hermanos. No querían que fueran con el calzado roto  ni con los dedos afuera. Aún sentía la burla de sus compañeros cuando empezó la primaria y no quería que ellos pasaran por lo mismo. Además su propósito era poder ahorrar y en una latita de té que su mamá trajo llena de botones, regalo de su patrona para arreglar la ropa que le daba, comenzó a usarla de alcancía. Moneda que le sobraba iba a parar a la latita.

Y luego entró a la facultad de ingeniería. Ya para ese entonces y con mucho sacrificio había comprado un terreno en una zona más próxima a la capital y con el esfuerzo de todos empezaron a levantar, lentamente, una casa de material. Por eso cuando pasados unos años logró tener su título, ya sus hermanos también estaban en la facultad , Pedro y Serafina estaban felices por los logros de sus hijos.

___Ya es hora que ustedes descansen un poco —les dijo Carlos, un domingo de sobremesa —Desde que tengo uso de razón no tengo otro recuerdo de ustedes más que verlos trabajar muy duro. Es hora de que esos brazos descansen un poco.

Su trabajo en una importante fábrica automotríz le estaba brindando un buen pasar. Cada tanto iban al barrio que los albergó por tantos años a visitar a Santiago y su familia. Si algo tenían los Gómez era buena memoria y agradecimiento. Carlos solía recorrer y saludar amigos y se llegaba hasta la escuela del barrio donde aprendió las primeras letras. El establecimiento seguía siendo el mismo sin cambios aparentes. Allí la pobreza , aunque digna, rodeaba el lugar. Un 25 de Mayo en que habían ido para compartir un locro con los viejos vecinos, se llegó con sus hermanos a ver el acto en la escuelita. Vio esos pequeños pobremente calzados, como ellos también un día lo estuvieron y decidió que haría algo por ellos. Averiguó la cantidad de alumnos y sus edades y un día llegó una camioneta a la escuelita con la preciada carga de zapatillas para todos, ante la alegría de los chicos.

Muchas veces quien ah sufrido en carne propia privaciones o frustraciones, luego lo recuerda y trata de brindar al prójimo lo que a él le faltó como tratando de curar heridas …o borrar tristezas.

Si …tanto Pedro como Serafina supieron emplear bien el tiempo que les dio el destino y salir a flote con su familia que a la vez los tomaron como ejemplo por luchar con tanto tesón. Y Carlos nunca olvidó que su primer calzado fueron unas zapatillas usadas y con la punta cortada para que sus deditos no sufrieran dolor, pero que supo llevar con dignidad.

OLGA

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