Un recuerdo que trae la Navidad.

UN RECUERDO QUE TRAE LA NAVIDAD.

No sabe porqué ese día a Anibal se le dio por garabatear en un papel que tenía delante suyo. Era una hoja en blanco que traía en la mano para hacer unas cuentas. Estaba sentado a la mesa de un bar donde había ido a tomar un café, solo, porque sus compañeros tenían apuro por llegar a sus hogares. Tal vez garabateaba de aburrido de esa vida que llevaba sin ningún color, como solía tener costumbre de decir cuando alguien al pasar lo saludaba: ¿Como te va Anibal, qué es de tu vida que hace mucho que no te veía? _Acá lo ves, todo siempre igual, sin ningún color– respondía Anibal, como si la vida debiera tener un color determinado. Porque la vida de Anibal transcurrió siempre en ese plano simple, sin ningún desnivel ni nada que hiciera tambalear su base. Hijo único al que sus padres nunca le hicieron faltar nada, vivió su niñez entre el amor de los abuelos, que vivían en la misma casa, y los mimos de los tíos que parecían competir en ver quien era el que más lo complacía. Pero a medida que fue creciendo, también fue perdiendo a esos seres que habían creado una fortaleza de amor en torno suyo. Muchas veces al quedar ya solo, se le dio por pensar en sus compañeros de la escuela primaria, y en que habría sido de sus vidas, que por esas cosas del destino presentado en forma de mudanzas, ya sea de unos u otros, los fue perdiendo de vista. El colorado Funes, tan leal amigo, un pelirrojo a quien llamaban ´´tomacó´´. El flaco Rojas, tan, pero tan flaco que parecía que sus piernas se podían quebrar al menor golpe. El rusito Issac, tan bueno como tímido. Estercita, la coqueta de 5to grado, siempre se peinaba distinto; un día eran dos trencitas que terminaban en un moño en cada extremo; otra con una cola; otra con su pelo suelto sujetado con una vincha. Mirna, callada y siempre sonriente. Y Mirta, la rubiecita con voz de muñeca, con sus pequitas sobre la naricita que lo hacían dudar si no sería de verdad una muñeca. Pasaron los años y a medida que iba creciendo también se iba quedando más solo. Con treita y cinco años, la última que lo dejó fue su mamá. ¿Que era muy joven su mamá aún para morir, y él quedarse solo? Pasa que uno no elige ese momento y mucho menos lo desea; cuando a uno le toca pasar por ese trance, no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Anibal recuerda muchas veces, las conversaciones que el último tiempo tenía con su mamá. Anibal, hijo ¿porqué no te buscás una novia y te casás ?.Me gustaría irme de este mundo sabiendo que te quedás feliz y acompañado.
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¡Que idea fija que tienen las madres con casar a sus hijos !–decía Anibal riendo __Además vos vieja tenés cuerda para rato, de que me hablas–terminaba riendo y haciéndola reír también a ella.
Pero por esas cosas tremendas con que la vida suele golpearlo a uno, un día, y cuando no había nada que hiciera pensar en un desenlace así, Anibal se quedó solo.
Tenía amigos. Por supuesto que los tenía; muchos eran compañeros suyos en la fábrica de una renombrada marca de electrodomésticos. Pero había un detalle; todos eran casados y con familia y la amistad se limitaba a ir cuando salían del trabajo a tomar un café y charlar un rato, no más de tres cuartos de hora porque en la casa tenían quienes los estaban esperando.
Anibal empezó a pensar en qué razón tenía su madre cuando le pedía que se buscara una novia y se casara. Si lo hubiera hecho ahora también él tendría a alguien que lo esperara.
Ese día, 8 de diciembre, mientras salían de la fábrica Juan le dice :
__Perdoná pero hoy no te acompaño al bar. Es que en casa me esperan los chicos para armar el árbol de Navidad. Chau, nos vemos mañana.
__No te hagas problemas, lo espero a Jorge, chau.
__Si no llego a casa para armar el árbol todos juntos como hacemos siempre, se me arma el gran lío –dijo Jorge riendo mientras lo palmeaba.
Ni se paró a esperar a los otros, imaginando de antemano la contestación. Anibal fue solo al bar a tomar su acostumbrado café. No tenía ningún apuro por llegar a su casa. Se puso a pensar que desde que su madre murió él no había armado más el árbol de Navidad. Es que desde chico lo armó siempre con sus padres, abuelos, tios … pero solo, lo que se dice solo, nunca…
Tal vez si lo hiciera ahora sería la manera de estar acompañado, se decía, mientras de manera inconciente comenzó a garabatear en el papel, sin saber porqué lo hacía, nombres que no tiene ni idea como fue que aparecieron, así de la nada. El colorado Funes, el flaco Rojas, Issac, el rusito, Estercita, Mirna y … Mirta, la de las pequitas.
Ahí se detuvo ¿cómo estaría ahora Mirta? ¿Se habría casado? ¡Cómo me gustaría encontrarla !.
Eso pensaba todavía cuando llegó a la calle, y esa idea fija era como un motor que lo impulsaba y que lo hizo decidír que de alguna manera buscaría a Mirta. No sabe si logrará tener éxito en su intento, pero esa ilusión hace que esté dispuesto a cambiar su vida, porque mientras surgieron esos nombres del pasado, tuvo la revelación que Mirta fue su primer gran amor, y recién hoy lo vino a descubrir.
Por lo pronto al llegar a su casa fue directo a bajar el árbol de Navidad que junto con los adornos estaba guardado en la parte alta del placar. Corrió un sillón del living que estaba junto a la ventana. Ese era el lugar ideal para armarlo, y mientras lo hacia tarareaba un villancico, y no dejaba de pensar en esa rubia de pequitas que había quedado en el recuerdo de su niñez, sin darse cuenta en su momento, pero hoy tiene la seguridad de que fue su primer e inolvidable amor.
OLGA.

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