Luchar para vivir.

LUCHAR PARA VIVIR.
Francisco se despertó sobresaltado por un golpe en su ventana. La misma daba al jardín y este a la calle, por lo tanto no tardó en imaginar que alguien había saltado la verja. Se quedó conteniendo el aliento para escuchar el mínimo ruido. Lo único que oía ahora era el zumbido del viento que le hacía suponer que vendría una fuerte tormenta. Desde la tarde temprano unos nubarrones amenazaban con cubrirlo todo. El día había sido muy pesado y a él este clima no le asentaba bien; le dolían las piernas y todas sus articulaciones. Es que su vida no fue para nada fácil. Trabajó desde muy joven en lo que pudo; peón de albañil; peón de campo; trabajó en las cosechas; en un taller mecánico; la cuestión era ganarse el peso y poder ayudar a su madre que quedó viuda con cuatro hijos pequeños. Su padre murió muy joven, cuando Francisco tenía doce años y él era el mayor de todos. Le seguía Luís de nueve años, Manuel de seis y Esther de solo tres añitos. Su pobre madre lavaba ropa ajena para poder darles de comer y bien chico supo lo que era la «pobreza extrema».
Comenzó ayudando a un vecino que tenía un gran terreno donde sembraba toda clase de verduras y hortalizas. Éste le propuso que si le ayudaba a remover la tierra, sacar los yuyos y sembrar, le daría una parte de lo cosechado para que pudieran alimentarse y hasta vender lo que les sobraba. No lo pensó dos veces y ese mismo día, pala en mano, comenzó su tarea. Su madre sufría mucho porque no quería que abandonara la escuela, pero Francisco se sintió responsable de ella y de sus hermanitos y nada le importó; algún día retomaría y si no sería igual; él se sentía feliz pudiendo ayudarla. Eso sí, se preocupó de que sus hermanos concurrieran a la escuela y a la noche, aunque muy cansado, le gustaba revisar los cuadernos y se alegraba con sus logros y las buenas notas que leía con orgullo. Sus manos estaban llenas de ampollas y de callos por el trabajo rudo que realizaba. Tan joven y hacía los trabajos correspondientes a personas adultas o de mayor porte. El en cambio, era esmirriado, pero de tanto darle a la pala y a las herramientas pesadas, estaba adquiriendo mayor musculatura. Cuando don Berto, el vecino, le dijo que al día siguiente empezarían a sacar las papas que ya estaban listas para ser cosechadas, su alegría no tenía medida. No se podía dormir y le contaba a su madre que había visto cómo escarbando al costado de una planta ya seca, don Berto sacó varias papas y que le enseñó como tenían que estar para saber si ya estaban sazonadas, listas para cosechar. Muy temprano estuvo listo esperando empezar la cosecha, pala al hombro.
Al medio día, con sus manos negras, percudidas por la tierra y con un canasto lleno que a duras penas podía cargar, llegó a su casa exultante. Ya tenían para hacer varias comidas con esa cantidad que había llevado (y había mucho más, aclaró); su mamá que solía estirar los ingredientes para que duraran, seguro que haría maravillas.
Y luego empezaron a cortar las acelgas, las diferentes lechugas y las arvejas. Un día volvió con su canasto lleno de frutos rojos como estaban sus mejillas ¡Eran los primeros tomates ! Francisco se sentía dueño del mundo; ya no pasarían hambre. En su casa las cosas fueron mejorando día tras día. Con lo que no consumían por la gran cantidad que producía la huerta, salía con su canasto colgado de su brazo ofreciendo casa por casa; cada vez era mayor el pedido que le hacían al ver la calidad de las verduras, que al poco rato de salir, ya volvía con el canasto vacío y su ganancia guardada en el bolsillo, para luego, ya en la casa , dárselo a su mamá para otros gastos. Su madre conmovida solía acariciarle la cabeza y repetirle «que bueno que había salido y lo orgullosa que estaba de él»; aunque la apenaba que había abandonado sus estudios para ponerse a trabajar; a él eso no le importaba demasiado; su objetivo ahora era que su madre trabajara lo menos posible y que sus hermanos pudieran completar sus estudios. Don Berto se sentía muy feliz; no se había equivocado ayudando al muchacho. Lo veía honesto, trabajador, emprendedor; siempre dispuesto ante el menor pedido que él le hiciera. Así le hubiera gustado tener un hijo; pero nunca lo tuvo; su mujer murió muy joven y él nunca rehízo su vida. Había trabajado toda la vida en una fábrica textil y ahora vivía de su jubilación y de la renta de dos casas más que fue comprando con sus ahorros y pensando en su vejez, así que vivía sin sobresaltos económicos. El terreno donde hacían la huerta, también de su propiedad, era bien amplio, así que por sugerencia de Francisco, en el fondo del mismo fue poniendo unos árboles frutales. Se sentía muy contento; realmente este muchacho había conseguido que fuera feliz; aunque estos sean los últimos tramos de su vida. Solía ir a sentarse bajo esos árboles y sentir el perfume de los azahares de los naranjos, o llenarse la mirada del rosado suave de las flores de los durazneros.
Francisco para ese entonces trabajaba en un taller mecánico por las tardes, dejando las mañanas para las tareas de la huerta. Tenía veintiún años y muchos proyectos; uno levantar una vivienda más cómoda y que fuera de ellos, para que toda la familia estuviera mejor ubicada; hacía un tiempo largo que había comprado un terreno que iba pagando en cuotas y que ya estaba terminando de pagar. Para ello no tenía descanso pero, lejos de importarle, todas las noches se acostaba con nuevas ideas rondándole por la cabeza. Don Berto lo alentaba y para ayudarlo, ya hacía mucho tiempo que no quería ningún beneficio para él de la huerta. Cuando Francisco estaba en el taller o en algún otro trabajo, eran su madre o alguno de sus hermanos los que atendían a los clientes que venían a comprar las verduras. Se habían organizado tan bien que todo marchaba como los engranajes bien aceitados de una maquinaria. Cuando cumplió veinticinco años, ya tenía la casa a punto de techar. Su hermano Luis cursaba con éxito su carrera de ingeniero civil. A Manuel lo apasionaba el periodismo y Esther, cursando quinto año, no sabía qué carrera seguir; tal vez magisterio; por ahora estaba entusiasmada con su primer viaje que haría al terminar de cursar junto a sus compañeros.
Don Berto no estaba muy bien de salud; por eso todos los días Francisco iba a verlo por si necesitaba algo y a la nochecita, al volver del taller pasaba un rato para charlar y hacerle compañía. Ese día no lo encontró en la casa y le extrañó mucho. Salió a buscarlo por los alrededores. Lo encontró en la huerta, sentado bajo los árboles frutales, casi tocando las ramas de un duraznero que parecía ofrecerle sus frutos que empezaban a tener color. Francisco corrió apenas lo descubrió, pero don Berto ya se había ido. Sentado allí en su reposera, en ese lugar que tanto quería, tenía los ojos entrecerrados y una expresión de paz en su cara , como si una sonrisa hubiera sido su último gesto.
Arrodillado a su lado Francisco lloró amargamente. Le costó mucho superar ese trance. Fue como si de golpe debiera hacerse hombre para enfrentar todo solo y se sintió desvalido; sin el apoyo, la compañía y la contención de ese hombre bueno que había significado tanto en su vida. Le pareció que por segunda vez quedaba huérfano; desamparado, sin ese consejo siempre certero y de esa palabra siempre justa que para él eran como un faro en su vida.
Pero no terminó allí su emoción. Pasado unos días recibió una citación de un estudio jurídico y allí un escribano lo pone al tanto de que él sería dueño absoluto de todos los bienes de don Berto. Él mismo, unos meses antes y sintiéndose muy enfermo, se había hecho presente con su abogado y lo había nombrado su heredero. Francisco no podía creer lo que escuchaba ¡Tanto había hecho don Berto por él! y ahora, como si eso fuera poco le dejaba todo; le confiaba lo que él había logrado con tantos años de sacrificio y trabajo. Se juró y le juró a la memoria de ese buen hombre, que cuidaría todo como si él siguiera estando a su lado.
__La vida después de todo fue buena — piensa ahora, viviendo en esa casa por más de sesenta años. Se casó; tuvo dos hijos que a su vez formaron su hogar. Sus hermanos terminaron sus estudios y han logrado una buena posición. Todos tienen su familia bien constituida. Su madre tuvo la dicha de disfrutar de sus nietos antes de partir … Todo eso está pensando esta madrugada de tormenta, mientras se levanta para investigar que fue el golpe ese en la ventana que hizo que se despertara sobresaltado. Al abrirla ve que se trata de una rama del duraznero que por la fuerza del viento se había quebrado. —Claro — pensó– están tan viejas y casi secas esas plantas , que las ramas se rompen con facilidad. Habrá que ir renovándolas .¡ Como le duelen las articulaciones ! seguro que lloverá. Vuelve a la cama; su mujer se mueve inquieta al notar que se había levantado, pensando que le pasa algo… por esos dolores que lo atormentan; él la tranquiliza .
___No es nada, solo el viento; dormí tranquila mi amor que yo estoy bien. Pero Francisco ya no dormirá. Como le pasa siempre que se desvela, el desfile de imágenes de tantos años de lucha es interminable. No… Francisco ya no dormirá.

OLGA.

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